El Marketing Político con el tiempo ha ido adquiriendo vocabulario y términos propios. El piso, la tasa de rechazo y el techo de los candidatos son tres componentes importantes al momento de analizar un escenario electoral.
El piso es el punto más bajo en que el candidato puede caer. Es el porcentaje de electores que les dan el voto sin importar por las crisis que atraviese ni los errores que cometa.
Algunos analistas y estudiosos del comportamiento electoral consideran el piso como sinónimo de voto duro, pero en mi caso, veo el piso más abajo.
Con el quiebre ideológico de los partidos políticos, el sentido de pertenencia de los dirigentes y activistas con la organización, es cada vez más frágil.
En estos tiempos es común ver cómo un ciudadano pasa de dirigente de un partido a dirigente de otro partido; de candidato de un partido a candidato de otro; de legislador y alcalde de un partido a legislador y alcalde de la bancada de otro partido. Por tanto, el voto duro cada vez es menos duro y el piso está cada vez más cerca del suelo.
Siempre una parte del voto duro puede pasar a voto blando. Los estudios de mercados cuando se hacen con mucha frecuencia y profundidad arrojan rutas para lograr que una parte de los votos duros se conviertan en votos blandos. Por eso, las campañas electorales son batallas calibradas en atraer, pero también en blindar lo que se tiene, porque si no se hace la asertiva planificación y acción, se puede ir consiguiendo y perdiendo apoyo a la vez.
Francisco Javier García, coordinador nacional campaña de Abel Martínez, es recurrente en subrayar que su candidato es el que tiene el camino más despejado para crecer, porque tiene tasa de rechazo más baja, y el juicio es correcto.
Los candidatos con tasa de rechazo más baja cuando por primera vez aspiran al puesto, y cuando está pendiente que un porcentaje del electorado le conozca, en la medida que la campaña avanza van incrementando simpatías, intención de voto, confianza y agrado.
En un sistema electoral de doble vuelta con 50 más uno, como el dominicano, la baja tasa de rechazo es vital para concitar el voto de las mayorías. En 1996 Leonel Fernández era menos competente que Peña Gómez y Jacinto Peynado por su poca experiencia, pero era el que tenía el terreno más fértil para ganar en una segunda vuelta, como en efecto sucedió, porque tenía la tasa de rechazo más baja.
La tasa de rechazo baja es cuando los votantes tienen menos motivo para negarle el voto. Cuando el candidato tiene tasa de rechazo baja en consonancia con alto nivel de agrado dentro de los votantes que le conocen, entonces la candidatura tiene perspectiva de crecimiento. En ese momento estaba Leonel Fernández en 1996 y en esa atmósfera está Abel Martínez en la ruta hacia las elecciones 2024.
Hay una marcada diferencia entre el producto Leonel Fernández (1996) y el producto Abel Martínez (2024): «Leonel no tenía experiencia, mientras Abel lleva cinco triunfos electorales consecutivos y una trayectoria óptima como líder del parlamento y alcalde de Santiago, segundo municipio más importante del país, además de un excelente desempeño como procurador fiscal».
Abel Martínez con sólo 50 años de edad tiene la experiencia de Estado de que carecía Hipólito Mejía (2000) y Luis Abinader (2020). Por tanto, está en lo correcto Francisco Javier García cuando puntualiza que Abel es el mejor candidato.
La tasa de rechazo tiende a ser más alta en los candidatos que son presidente o lo han sido, siendo una excepción Danilo Medina en el 2016 que tenía una tasa de rechazo más baja que en 2012, cuando por vez primera llegó al capitolio.
En la ruta elecciones 2024 Abel Martínez es el candidato con la tasa de rechazo más baja y, pronto, cuando se permita la publicidad electoral y realización de actividades de masas, tendrá el techo más alto para crecer. Por tanto, si la oposición desea sacar al PRM del poder, Abel Martínez es su mejor alternativa.
La combinación tasa de rechazo más baja con nivel de agrado más alto produce el techo más alto que es el punto hasta donde se puede crecer.
El techo de Peña Gómez era muy bajo, estaba cerca del 50% de los votantes, y por eso no fue presidente.
El techo de Hipólito Mejía en el 2000 estaba cerca del 70% del electorado. En una segunda vuelta los reformistas balaguristas sufragaban a su favor, conducta diferente frente a Peña Gómez en 1996, a pesar de que eran candidatos del mismo partido.
En las elecciones 2020 el techo de Luis Abinader oscilaba en el 60% del electorado, porque en la campaña electoral consiguió el agrado de los seguidores y simpatizantes de Leonel Fernández. En el 2020, después de las elecciones municipales, ya era obvio que Luis Abinader ganaba en primera o segunda vuelta.
En la ruta elecciones 2024 se va definiendo una atmósfera invertida para Luis Abinader en comparación con el 2020: «Quiénes lo pusieron a ganar ahora lo harán perder».
Lo anterior ayuda a entender por qué el gobierno ha lanzado una embestida con saña en contra de la oposición, primero en contra del PLD y luego en contra de la Fuerza del Pueblo.
Los estrategas de Luis Abinader quieren que las organizaciones PLD, FP y PRD se unan temprano, porque así le resulta más cómodo llevar la campaña, porque tendrían que pelear en un solo frente.
El escenario 2024 se torna reñido y competitivo en las elecciones presidenciales. Como en el ajedrez, el triunfo dependerá no sólo de mover la ficha, sino de moverla cuando conviene.