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   Llevar una campaña electoral, conducir por buenos senderos un liderazgo, encauzar el accionar de una organización política en las expectativas, sueños y esperanzas de la población, y, orientar un gobierno hacia políticas que generen crecimiento y desarrollo económico con mejoría social, requiere necesariamente del amparo de la planificación.

   La democracia hoy, más que ayer, debido a las carencias de recursos económicos para enfrentar grandes problemas después de la llegada de la pandemia del coronavirus, necesita de una cultura de la planificación.

   Es vital que, de aquí en adelante, las dirigencias de los partidos políticos aprendan a planificar. Debemos crear las condiciones para que los políticos deseen y quieran planificar. Es que, como señala Caspar F. van den Berg, “la planificación estratégica, es un modo de pensar, actuar y aprender que ayuda a las organizaciones a lograr sus objetivos y asegurar su supervivencia en sus inciertos y complejos entornos internos y externos. La planificación estratégica ofrece un enfoque para abordar los retos más difíciles y aprovechar al máximo las oportunidades. El proceso permite a las organizaciones desarrollar y determinar su visión a largo plazo, su orientación, sus actividades y su desempeño.”

   La planificación nos facilita lograr más con menos gastos económicos y con menos energías humanas.

   La planificación nos permite manejar mejor las crisis. La tercera década del siglo XXI (2020 – 2030) debe ser la década del afianzamiento de la cultura de la planificación.  Esa la única forma de que podamos consolidar un Estado de Bienestar con más y mejor alcance en la mejoría del nivel de vida de las gentes, formar liderazgos que hablen menos y aporten más, crear partidos con más utilidad social para que dejen de ser un problema y se conviertan en solución.

   Una cultura de la planificación es la forma de mejorar la conducción de lo público y lo privado, puesto que hace más eficaces a los gobiernos y las empresas.

   Una cultura de planificación mejora el nivel de vida de las personas, debido a que las familias adquieren más conciencia del gasto necesario, del gasto prioritario, del gasto útil y consciente frente a este bombardeo agresivo del marketing subliminal para llevarnos a comprar cosas que no necesitamos.

   Una cultura de la planificación nos ayudaría a superar el déficit habitacional, puesto que las personas desde que comienzan a trabajar entienden la necesidad de ahorrar para adquirir un techo antes de procrear una familia.

   Una cultura de planificación nos orienta a que tengamos los hijos cuando estemos preparados para criarlos bien. Una buena crianza requiere de tiempo, alimentación, educación, salud y otras cosas más. Los pueblos con más altos niveles de atraso social y económico tienen en común que las personas contraen matrimonio y procrean hijos sin estar preparados para tenerlos y cuidarlos como de debe ser.

   La cultura de la planificación debe ser una meta transversal de la educación en esta tercera década del siglo XXI. Debe ser un discurso político, religioso, empresarial; debe ser una prédica constante en los medios de comunicación; debe ser una enseñanza del liderazgo en sentido general.